Por César G. Antón el "17-04-2023"
“Casi podía reproducir en su retina el inicio del reportaje, con fotos antiguas del local en los años de la posguerra: «El gran cabaré español durante la dictadura echa el cierre después de más de cincuenta años de historia». Nerea contaba, con una perfecta locución, cómo Ava Gardner o Gary Cooper habían sido ilustres asistentes de sus desmadradas noches, siempre rodeadas de lujo y brillo. El vídeo seguía con una apasionante historia sobre cómo el local había sido un importante punto de encuentro de espías nazis y aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Después narraba un descenso a los infiernos para pasar del lustre a ser casi un burdel, luego el resurgir como sala de espectáculos de humoristas y cantantes en los 80 y su fin como discoteca y templo del house en su último aliento, justo antes de que los alquileres imposibles de Gran Vía provocaran su cierre dentro de un par de años.
Fragmento de “83 segundos”.
Algunos recordaréis el Pasapoga. Era un mítico local de la noche madrileña y uno de los escenarios de los saltos en el tiempo de Víctor, el protagonista de 83 segundos. El local, en los bajos de los cines Avenida, Gran Vía 37, ya ha pasado a la historia. Pero en la novela revivirás su planta en forma de herradura, al modo de los teatros tradicionales, y su exuberante decoración, con columnas y pinturas murales imitando frescos antiguos que creaban una curiosa combinación con la sesión de música house. El golpe grave de bombo en cada tiempo de compás, repetido como un mantra, como un latido, que se hacía insufrible para un Víctor que despreciaba cualquier cosa que no saliera de un bajo, una guitarra y una buena batería aporreada con baquetas de madera.
El Pasapoga, en su último aliento, fue también el centro de la noche gay y bailonga madrileña, justo cuando Víctor lo visita, antes de que se convirtiera en un H&M. Pero el local, que abrió sus puertas en la primavera de 1942, tiene mucha historia: la cuenta el periodista Roberto García en Madridesnoticia.es. Algunos habréis bailado en su pista, otros la recordareis como localización de algunos capítulos de la serie Cuéntame de RTVE. Un difunto referente de la noche madrileña.
Así contaba una crónica de Ignacio S. Calleja en ABC en 2015, el viaje a los infiernos, de centro de la noche a convertirse en tienda de ropa: “Con el tiempo, antítesis de su imagen primigenia, el «Pasapoga» cambió su lustre y su público elevados para convertirse en un lugar de copeteo y ligoteo casi burdo, sobre todo encuentro de foráneos en búsqueda de faldas. Así atravesó su declive, clandestinidad y trapicheos mediante, hasta su cierre y regeneración reciente. Después de su periplo como discoteca, la pista de baile en la que bailaron Ava Gardner y Gary Cooper, todavía en su mejor tiempo de esplendor, dio un giro radical. Bajo los también célebres cines Avenida, las historias de otro tiempo, diplomacía paralela, estrellas de Hollywood y arrumacos de postín, se escondieron entre pantalones vaqueros, zapatos y camisetas, pues desde 2007 -cuando se certificó institucionalmente su cambio de rumbo- el número 37 de la Gran Vía alberga un establecimiento comercial de una famosa marca de ropa”.
Ignacio Suárez en El País, lo titulaba en 2007: “Pasapoga, otro al hoyo”. Para decretar un cierre más de un local mítico que sucumbía al paso del tiempo: “Pasapoga arrastra, desde hace años, una existencia discreta, a la que han dado la espalda muchos madrileños, pues fue el estandarte del lujo, el banderín de celebraciones de los forasteros que venían a hacer negocios en el Ministerio de Comercio, a la sombra del estraperlo y de los haigas. Coloquialmente se le conocía como "Pasaypaga", vivero de hermosas hetairas, escoltas de los triunfadores del import-export y de la construcción que iban conformando una adinerada clase media burguesa que dejó atrás, para siempre, a la alpargata. Recordemos, con algo de pena y poca gloria, aquella ciudad nuestra cuyo mérito ha sido la capacidad de sufrimiento, la recuperación, su permanente bienvenida al forastero y un gran pudor por sus antiguos padecimientos. Todo el mundo sea bienvenido aunque, a veces, en el fondo, nos fastidie”.
Hoy solo queda una placa de recuerdo, aunque siempre estará en la memoria colectiva de varias generaciones. Que sirva su escenario para los saltos en el tiempo de esta novela, como pequeño homenaje a todos los locales llenos de historia, que acabaron convertidos en surtidores de moda de consumo rápido. Sí quieres viajar a ese local, compra la novela.